Sumidos en el delirio por las actuaciones del nueve titular, Linares es mi ídolo desde el primer día que saltó al Carlos Tartiere, voy a rescatar este blog del olvido para dedicarle unas líneas, creo que justas y merecidas, a Don Diego Cervero Otero. Es sencillamente espectacular que un tipo me ponga la piel de gallina sin saltar siquiera al terreno de juego.
Hay dos máximas en el fútbol, amén de los goles, que levantan a un espectador de su butaca.
La primera, son los gestos de técnica pura, la clase, la elegancia. Un pase, un caño, un tacón, un regate, un simple control o incluso un amago sin llegar a tocar la pelota. Esos detalles que arrancan la admiración del público, su aplauso y que hacen merecer el precio de la entrada, que hacen recordar la magia de este deporte. El talento innato que sólo tienen unos cuantos privilegiados. Cervero no es uno de ellos.
La segunda, es el esfuerzo, el sacrificio, la entrega. No dar una pelota por perdida, saltar al choque, perseguir al rival que ya se ha ido, luchar cada balón dividido. La pasión que sólo le ponen unos cuantos. Que parecen estar en todos lados, que animan a sus compañeros tras el gol rival, que celebran con sentimiento los propios. Esos tipos que miran a la grada como si fueran uno más. Son los que sudan y honran la camiseta, los que siempre se dejan hasta el último aliento en el césped. Ahí es dónde Diego es probablemente, uno de los mejores jugadores del mundo. Dónde no le llegan la técnica y las piernas, le llega el corazón.
Recordaba este Domingo con @GZabaleta, en nuestro asiento del Carlos Tartiere, uno de esos amigos que disfruta de la esencia de este deporte, de los pequeños detalles, el momento en que Puyol le quitó a Piqué de la mano un mechero lanzado desde la grada del Santiago Bernabeu que iba a enseñar al colegiado. Poco le faltó para darle una colleja. Era el momento de más tensión de los Madrid-Barça que se recuerde. No pensó en las cámaras, no pensó en las apariencias. Carles sólo quería jugar al fútbol.
Ayer, aunque nadie nos hiciera caso, él y yo guardamos en nuestras retinas otro de esos momentos mágicos que recordar para siempre. Puede parecer una tontería. Él y yo no lo olvidaremos.
Corría el minuto 15-20 de la segunda mitad, cinco después de que subiera el 1-0 al luminoso. Grandioso Linares. Después de un cambio obligado por la lesión de Nacho en la primera parte, Cervero se unía a Señé en los calentamientos en la banda. Parecían los dos próximos cambios. La intensidad del delantero asturiano era la de siempre, entrega pura. Josep salió al campo, Egea aún podía hacer otra sustitución y mandó a Generlo a correr con Diego. O a intentarlo. La pasión que le pone es extraordinaria. Cualquier otro saldría a jugar agotado. El tiempo pasaba, el partido estaba apretado, y sólo uno podía saltar al césped. Todo apuntaba a que el mediocentro entraría a calmar el partido. Pero él no disminuyó ni un ápice su intensidad. Pasado el minuto 80, con mucho menos tiempo de preparación, Egea llamó a Generlo. Cervero llevaba 30 minutos a tope, y se quedaba, otra vez, sin jugar. Corrió hacia el banquillo detrás de su compañero sin el mínimo gesto de enfado. Asentió al entrenador, entendiendo su decisión. Se fue hacia Generlo, le animó con una palmada y unas últimas palabras de apoyo y fuerza. Todas las que le quedaban, se las quiso dar al compañero que saltaba. Él se sentó tranquilo y siguió animando.
Él siempre, siempre es así.
Gracias Diego.
Chapeau amigo.