martes, 8 de mayo de 2012

Carles Puyol

La noticia ha caído esta mañana como un jarro de agua fría. El jefe de la zaga no podrá formar junto a sus compañeros esta Eurocopa. Nuestro seleccionador ha sido el primero en decir que no se trata de una baja cualquiera. No voy a entrar a discutir si por profesionalidad o por sentimiento, pero ese tipo se partía el pecho por la roja. Y a mi es lo que me importa.

Voy a ser sincero. Hace dos años, por estas mismas fechas, llegué a decir que estaba lento, que no era  el mismo, que no aguantaría un Mundial al máximo nivel después de una temporada tan larga. Fue una de esas extrañas cruzadas que comencé contra el mundo. Pocas veces cambio de opinión. En esta ocasión tuve que tragarme bien profundo mis palabras. Acertar es de sabios, pero rectificar lo es aún más. No hay un sólo día desde entonces que no me apresure en señalar las osadas estupideces que dije en su contra. Es un futbolista de los que quedan pocos, muy pocos. Y por desgracia, lo vamos a echar mucho de menos.

Carles es uno de esos jugadores que sólo genera respeto y admiración. Tiene ese espíritu sobre el terreno de juego que levanta a la gente de sus asientos para aplaudir una galopada, una entrada, un simple salto. Cuando juega se deja el alma, y eso vale más que trescientos goles por temporada. Levanta la moral de su equipo, el ánimo. Hace que nadie quiera ceder un sólo milímetro. Multiplica la ambición de los diez que lleva a su lado. Y eso no tiene precio. Su aportación va mucho más allá de los balones que corte, o la seguridad defensiva que aporta. Si un equipo debe funcionar cómo un sólo hombre, Puyi sería el corazón. Nunca deja de latir para que el resto rinda a su máximo nivel. Pueden amputarte un brazo, o fallarte una pierna. Pero Carles nunca deja de bombear fuerzas al resto.

Hace un par de jornadas, dio una de esas lecciones que arrancan una sonrisa a los verdaderos amantes de este deporte. El Madrid tenía la Liga en el bolsillo y ellos apenas se jugaban el orgullo y el pichichi de Messi en Vallecas. El Barça salió apático. Era normal. Parecía que se dejarían llevar hasta el pitido final, pero no Carles. A los 10 minutos echaba una bronca de escándalo a un compañero, poco después gritaba enrabietado a otro por un fallo menor, se pegó tres carreras cómo si fueran los últimos balones que iba a tocar en su vida. Sólo ver la pasión que le ponía corriendo detrás de un balón casi perdido, hubiera resucitado a un muerto. Después cayeron Siete. Y la gente aplaudió a Messi, a Pedro. Aquella paliza, la metió Puyol. El resto sólo se dejó llevar. 

Ese mismo partido dejó otra imágen que le honra. El luminoso señalaba el quinto gol azulgrana, y Thiago y Alves se marcaron un bailecito para celebrarlo. Apenas habían comenzado, casi una colleja paternal le cayó al jóven Alcántara por parte de su capitán, que se lo llevó a su campo. A Dani lo miró con cara de bronca en el vestuario. Llevar el brazalete es algo más que dar la mano al colegiado y echar el Cara o Cruz. La mayoría no lo saben, pero él si. 

No me llama la atención su comportamiento en aquel partido. Es por recordar uno reciente. Sobre el césped nos ha dejado infinitas imágenes en cada jornada que sólo cabe admirar. En la mesa y en el juego se conoce al caballero. No he comido nunca con él, pero en lo otro es un auténtico señor. De los que ya no se fabrican.

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