domingo, 29 de abril de 2012

Así se despide un mito.

Aún se me pone la piel de gallina al recordar cuando el líder de los ultras del Schalke, apenas una temporada después de su llegada al club bávaro, gritó aquello de "Cállense, va a hablar el Señor Raúl!" y todo el estadio, compañeros incluidos, se pusieron de rodillas. No es cuestión de venerar a un futbolista de manera exagerada, es cuestión de respeto. Y este país, hasta que no lo ha visto con una camiseta que no fuera blanca, no se lo ha concedido en la justa medida que se lo merece.

Nadie volverá a vestir el 7 azul sobre el césped del Veltins Arena. Esta semana una leyenda anunciaban en Gelsenkirchen su despedida del fútbol europeo. Algunos consideraron excesivo este gesto por parte de un club dónde sólo había militado dos temporadas. Otros, sólo pudimos secarnos una lágrima y aplaudir el gesto del Schalke 04, avergonzados hasta las entrañas de cómo abandonó nuestro eterno capitán el Santiago Bernabéu. Aún quedan, para satisfacción personal, caballeros en este deporte que saben reconocer los valores del fútbol. No se trata de gustos ni preferencias por un jugador, es sencillamente saber hacer las cosas. Y desde Alemania, nos han dado una severa lección.




Después de enmarcar su nombre y su dorsal para la posteridad, quisieron compartir su camiseta con todos los demás. En apenas dos días, una afición que sabe reconocer qué personas hacen grande esta afición que nos une a todos, ya habían retirado más de 20.000 camisetas que rezaban "Gracias señor Raul" con su, por fin, eterno número. Parece ser que no sólo el club considera oportuno que nadie vuelva a calzar el Siete. Es una pena que en España no nos hubieran preguntado. Así, se une a la lista de los Cruyff, Maldini, Puskas, Baggio, Maradona y Pelé. Con una pequeña diferencia, a ellos si les retiraron el dorsal en su casa.


Este fin de semana, Raúl jugaba en su nueva, pero eterna casa, su último partido. Perdón, el penúltimo. El club alemán le prepara un partido de homenaje para el año que viene. Es algo tan lógico, normal y evidente que se me olvidaba mencionarlo. Algún club no lo hizo. Las gradas se vistieron enteras con su nombre, las pancartas de agradecimiento emocionaban. Gracias le querían decir. Solamente Gracias una y otra vez. Gracias por honrar su camiseta. Gracias por vestirla con orgullo. Y gracias por sudarla cada vez que saltaba al terreno de juego. Eso Raúl lo lleva haciendo desde que dio su primera patada a la pelota, y aquella noche querían agradecérselo. El esfuerzo y la pasión que le pone al fútbol, no el tema de los estúpidos números, aunque sean abrumadores. Este deporte es algo más que Copas y estadísticas. Por eso no importan dos o quince temporadas. Estaba perdiendo la esperanza, y desde Alemania, me han gritado que hay gente que aún lo recuerda.




Después, me apostaría un brazo a que jugó los noventa minutos olvidando que aquella gente lo veneraba. Sin pensar un sólo segundo en que ya lo había hecho todo, que no tenía que demostrar nada, que era más un homenaje que un choque importante. Corrió, como siempre, como un chaval al que le dan una oportunidad con diecisiete años. Peleó, como siempre, cada balón cómo si fuera el último. Y acabó, cómo siempre, en el sitio oportuno en el momento adecuado para definir con la enorme clase que atesora y anotarse otro gol a su infinita cuenta. Hay cosas que no cambian nunca. La devoción del Siete por el fútbol ha quedado plasmada para siempre en la hierba del Veltins Arena y en cada retina de los espectadores. La grada le siguió diciendo gracias, gracias y mil veces gracias hasta que se marchó llorando. Por la puerta grande.

Por mi parte, sólo quiero darles, como ya hizo Raúl cien veces, las gracias a ellos por el tan justo homenaje. Han dado una enorme lección. Y si el Schalke a quedado para siempre en el corazón del Siete, también estará en el mío. Gracias.




1 comentario:

  1. Enorme artículo. Me gustaría colaborar alguna vez en este blog. Me parece un acierto en muchas de las cosas que se dicen.

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